Derechos Identitarios Emancipadores: Perspectivas desde el contexto de Abya Yala

Curso Religión, Política y Derechos Humanos

2020

Martín G. Delgado Cultelli

Resumen

El presente trabajo busca dar cuenta de las disputas en torno a las denominadas “políticas identitarias” desde el contexto de Abya Yala (América Latina). Reconociendo que el debate en torno a las “políticas identitarias” se ha vuelto central en las disputas sociales y políticas en el mundo contemporáneo. De ahí la necesidad de realizar una reflexión crítica, desde nuestra posición en el mundo.

Sin embargo, se rechaza cualquier esencialismo tanto de las categorías de “minoría” como del fenómeno socio-político del nacionalismo. De ahí que se reflexionara sobre la construcción de estas categorías y los fenómenos socio-políticos vinculados a estas. Se buscará vislumbrar las relaciones de poder a través de estas categorías y especialmente, como se dan en el contexto Latinoamericano.

El trabajo terminará con una propuesta social como búsqueda de superación de las contradicciones que se han plasmados. Sin embargo, se reconoce que dicha propuesta, debe necesariamente ser una construcción social colectiva, de distintos actores sociales en el continente.

Palabras: minorías, nacionalismo, políticas identitarias, interculturalidad

Sobre los conceptos de “Minoría”, “Mayoría”, “Minorizado” y “Elite”

En los últimos tiempos se escucha cada vez más seguido que determinados colectivos se identifican como “minorías” y en base a esta categoría exigen la intervención del Estado en su favor. Muchas veces siendo actores muy confusos los que se identifican con estas categorías. Ejemplos de estos pueden citarse la reciente creación de un Observatorio sobre la Discriminación e Intolerancia contra Cristianos en el Uruguay1 o los postulados de Jared Tylor y su organización American Renaissance (Renacimiento Americano) en los Estados Unidos2. ¿Pero los cristianos en Uruguay son una minoría religiosa que merece ser protegida por el Estado? ¿Los blancos en Estados Unidos son una minoría étnico-racial excluida del poder político? Para no seguir reproduciendo estos tráficos de sentidos, es importante definir que entendemos por “minoría”.

En primer lugar, decir que estos tráficos de significantes se deben a que la mayoría de los países se presentan (por lo menos en lo discursivo) bajo el modelo político de las Democracias Liberales, que tiene como postulado central (en teoría) la representatividad de las minorías políticas en el sistema. A este postulado clásico del liberalismo se le debe agregar, la expansión de los discursos posmodernos a través de la Globalización. De ahí que en las Democracias Liberales contemporáneas (en lo discursivo) no solo se debe reconocer la pluralidad política sino también la pluralidad de sujetos y voces dentro de la sociedad. De ahí que todos buscan presentarse como “minorías” oprimidas y que merecen una protección del Estado. ¿Pero realmente todos los sujetos que se presentan como “minorías” son minorías? De ahí la necesidad de definir correctamente dicha categoría.

Jean Sellier (2013) nos dice al respecto:

Una ´minoría´ se puede definir como un conjunto de personas que se distingue colectivamente de un conjunto más amplio calificado de ´mayoría´. Cabe entonces definir lo que entendemos por mayoría, y ello implica seleccionar un marco de referencia. En nuestra época, no cabe duda de que el marco más apropiado para estudiar las relaciones entre mayoría y minorías es el de los Estados, puesto que a esta escala se adoptan leyes que rigen el funcionamiento de la sociedad, se define la ciudadanía, se desarrolla prácticamente la vida política, etc” (pp 20).

Esto significa que la “minoría” y la “mayoría” se definen en relación al vinculo y grado de control del Estado. Esta capacidad de incidencia en el Estado y en las instituciones puede corresponderse con criterios demográficos, pero no necesariamente. Un grupo demográfico mayoritario (como las mujeres, los pueblos originarios en muchos países latinoamericanos, los africanos originarios en la Sudáfrica del Apartheid, etc) puede ser una “minoría” ya que está excluido del control del Estado. Y un grupo demográfico minoritario puede tener el control del Estado (como los hombres, los WASP en Estados Unidos, los criollos en algunos países latinoamericanos, etc). De ahí que la relación entre “mayoría” y “minoría” no debe pensarse en términos demográficos (aunque en algunos países si se da) sino más bien en términos de incidencia en el Estado.

La construcción del sujeto “mayoría” y del sujeto “minoría” también depende mucho de su reconocimiento simbólico dentro de la “Nación” y de las lógicas de normativización. Los países del Cono Sur de América, así como los de Norteamérica recibieron enormes oleadas de migrantes europeos a finales del siglo XIX y principios del XX. Muchos llegaron en condiciones sumamente precarias, incluso enfrentaron la xenofobia y la discriminación religiosa. Sin embargo, en pocas generaciones se integraron plenamente a la vida política y económica de dichos países y ayudaron a construir las clases medias de dichos países. A esto se le agrega que los meta-relatos nacionales de dichos países hicieron mucho hincapié en la importancia de estos sujetos en la composición de la Nación. Esto se puede ver claramente con el relato tan común en Uruguay y Argentina de “todos venimos de los barcos”, en relación a la gran inmigración del 900. Sin embargo, los pueblos indígenas y afro-descendientes, nunca fueron reconocidos plenamente como sujetos de la “Nación” y hasta el día de hoy hay profundas brechas socio-económicas de los pueblos indígenas y afro-descendientes en el Cono Sur.

La inclusión dentro de la “Nación” también se relaciona con la normativización. Las “mayorías nacionales” son aquellas normatizadas para ser más eficientes en la productividad y para ser la ciudadanía ideal de clases medias consumistas en la cual se afianza el Estado capitalista. Sujetos antiguamente minorizados, pueden luego transformarse en parte de las “mayorías” a través de la normativización. De ahí que es necesario no esencializar a la “minoría” y verla en su contexto histórico-cultural y su relación con el Estado en un tiempo histórico determinado.

Es por eso que nosotros proponemos el término “minorizado”. Un sujeto “minorizado” es aquel construido históricamente por sectores dominantes y por el Estado, en una relación histórica de exclusión y despojo. Es aquel históricamente excluido del Estado y del relato de la “Nación”. De ahí que es construido en una relación de subalternización frente al Estado y a los sectores dominantes. Todo esto en un marco de tiempo y espacio determinado.

Pero en este proceso de construcción de la “mayoría nacional” y de la minorización de determinados sujetos entra en juego otro actor, la elite. Desde que existe el Estado y el capitalismo, la desigualdad social ha sido una característica. Y más en el caso de América Latina, el continente más desigual de todos. De ahí que en estas relaciones debemos también pensar en las elites y su rol en los procesos de minorización de determinados sujetos o sus estrategias para que las “mayorías” sigan su agenda. Reconociendo que los marcos de análisis liberales son insuficientes para conceptualizar el problema de las “minorías” y las “mayorías” cuando estamos en sociedades desiguales y elitistas. ¿Pero que es una elite?

Según la teorización clásica “la elite es presentado como un grupo particular que posee actitudes y aptitudes que la facultan para realizar el cambio y acceder posteriormente a las instituciones de mando, es por lo tanto un grupo minoritario con capacidad de movilizar sus intereses de forma plausible” (Pardo Marquez G L 2017, pp 38-39). Entonces, la elite es un grupo demográficamente minoritario pero que goza de amplios poderes, estatus, privilegio y con una gran influencia en el Estado. Las principales elites son las económicas, pero estas también se vinculan e interseccionan por otros ejes como la religión, la ascendencia étnico-racial, la sexualidad, el género, etc.

La “elite” busca camuflarse en las “mayorías nacionales” y en hacer creer que su visión es la visión de la “sociedad nacional” y del “país”, Sin embargo, es un grupo muy concreto con intereses muy concretos. Un caso muy paradigmático es el de los WASP (Por sus siglas en ingles White Anglo Saxon Protestant, Blancos Anglo Sajones Protestantes) de Estados Unidos, ya que esta elite, ha controlado históricamente el poder político y económico de dicho país. Siendo un grupo con características étnico-raciales, culturales y religiosas muy concretas. También han camuflado sus intereses, de sector concreto de la sociedad norteamericana, como intereses de toda la sociedad. Se han construido como símbolo de Norteamérica. De ahí que en la mayoría de los países latinoamericanos nos refiramos a los norteamericanos como “gringos” y como “yankees”. Ya que la relación histórica con el país norteño, ha sido por este sector concreto y sus interese concretos en América Latina.

Estos conceptos de “elite” se relacionan con los conceptos gramscianos de los sectores y clases “dirigentes” y “dominantes”, así como de la Hegemonía y el Estado Integral. Al respecto Gramsci nos dice:

(…) que una clase es dominante de dos maneras, esto es “dirigente” y “dominante”. Es dirigente de las clases aliadas, es dominante de las clases adversarias. Por ello, una clase antes de subir al poder puede ser “dirigente” (y debe serlo): cuando está en el poder se vuelve dominante, pero sigue siendo también “dirigente” (Dal Maso J 2016 pp 112)

Recordemos que Grmasci definía al Estado Moderno (post revoluciones liberales de 1848) como “dictadura + hegemonía”, o sea una relación entre sociedad política y sociedad civil, con relaciones de dominación y consenso. Y donde el Estado Integral, dirigido por los sectores dominantes, realiza un policiamiento, no solo a través de mecanismos coercitivos estatales sino también a través de organizaciones de la sociedad civil que legitiman ese orden y esa dirección.

O sea, la hegemonía y su policiamiento a través del Estado Integral son los mecanismos por los cuales la elite hace pasar sus intereses como intereses de las “mayorías”. De esta forma, los sectores que quedan por fuera del consenso de dominación, de la hegemonía, se minorizan. Podemos decir que los sectores excluidos históricamente del consenso de dominación y cuyo consenso legitima su expoliación, se los construye como sujetos minorizados. Todo esto en termino de procesos histórico-culturales.

Pero en el contexto de América Latina las “elites” y los “sectores dominantes” que se vuelven “clases dirigentes” pueden ser clasificados como Oligarquía. De esta forma, múltiples autores han definido a las “elites” dominantes y las formas en que estas han construido el Estado latinoamericano en el siglo XIX y su devenir hasta nuestros días.

Eduardo Sislian (1995) nos dice sobre el concepto (ampliamente utilizado en la región) de Oligarquía:

Como categoría analítica, la oligarquía implica una forma particular de ejercicio del poder de clase, caracterizada fundamentalmente por la concentración de las instancias del poder político -tanto formales como reales- en manos de un reducido grupo de “notables” y la correspondiente exclusión de las mayorías sociales de los mecanismos de decisión4. La dominación oligárquica, en este sentido, es el resultado de la convergencia de diferentes niveles de relaciones sociales; a) aquellas que se establecen entre las clases propietarias-dominantes y las clases explotadas-subalternas de los países latinoamericanos, y b) las concretadas entre las clases dominantes locales y las clases dominantes de la formación económica y social capitalista (en la cual se insertaron los países latinoamericanos a partir de la segunda mitad del siglo xix). Las relaciones de dominación en el interior de las sociedades de América Latina -esto es las primeras- poseen una determinante dualidad, manifiesta en las diferentes interpelaciones que desde el poder se efectúa hacia el conjunto de los sectores subalternos. Significa esto, que las clases dominantes -posicionadas en las instancias político-institucionales- desarrollan una lógica de relaciones claramente diferenciada entre el conjunto de los sectores propietarios subalternos y las mayorías expropiadas y excluidas del sistema político. Luego, si bien la forma oligárquica de ejercicio de la dominación política de clase tiene como sujeto privilegiado del poder a la clase o bloque de clases dominantes de los países dependientes, la misma sólo es posible a partir de la particular relación que se establece entre éstas y las clases dominantes del sistema capitalista a escala mundial” (pp 102).

Como vemos, la oligarquía, es una forma de elite, que se basa en relaciones de exclusión y desigualdad muy rígidas y que al mismo tiempo entabla una relación de dependencia con los grandes centros económicos internacionales. De esta forma es que también se construyen las grandes desigualdades globales.

La oligarquía para mantener su orden también utilizara a las fuerzas armadas y al nacionalismo. Esta vinculación la abordaremos más adelante. Sin embargo, nos parece sumamente importante el abordaje sobre lo mismo que nos habla González Castro (2015):

Durante el predominio de la clase oligárquica, los Estados debieron enfrentar una serie de conflictos de clase (la amplia brecha social abre paso a la lucha social); conflictos étnicos (el despojo de tierras indígenas y su consiguiente descontento) y territoriales (como la Guerra del Pacífico del cono sur por el dominio de las salitreras) que generaron la necesidad de una fuerza que apoyara y resguardara sus intereses políticos y económicos. Para ello, la oligarquía invirtió en la formación e instrucción de un ejército que hasta entonces no existía. La prosperidad del momento facilitó una inversión cuantiosa en la profesionalización militar en la línea germánico-prusiana, reorientando la formación militar que existía hasta el momento, conformando un cuerpo militar al servicio de los intereses e ideología de la clase oligárquica. En lo económico, resguardó sus intereses de clase; en lo racial se hace parte del menosprecio y el despojo del indígena; en lo social, es un agente represivo de la contienda social y en lo político, aprueba el autoritarismo y el empleo legítimo de la violencia (Quiroga, 2002)” (pp 426-427)).

Este es el contexto en el que debemos abordar las disputas de sentido y de discurso contemporáneas. Para abordar los discursos identitarios es sumamente importante entender los procesos de minorización y las formas de dominación oligárquicas que se dan en Abya Yala.

Sobre la distinción de las políticas identitarias: Emancipadoras y Reaccionarias

Al aclarar que entendemos por grupos minorizados, por “mayorías” y su instrumentalización por parte de las “elites” oligárquicas, podemos entrar de lleno en los debates contemporáneos sobre las políticas identitarias. Nuestra propuesta es realizar una distinción entre políticas identitarias en clave emancipadoras (generan más libertades y redistribución simbólica, política y económica) y políticas identitarias en clave reaccionarias (ayudan a la perpetuación del estatus quo, de las desigualdades simbólicas y económicas y fortalecen el autoritarismo político).

El discurso de la extrema derecha contemporánea se organiza en contra de las denominadas “políticas identitarias” (políticas de equidad de género, diversidad sexo-genero, derechos indígenas, anti-racismo, migrantes, roms-gitanos, entre otros). El discurso de la extrema derecha contemporánea es una reacción hacía los discursos multiculturales y feministas. Podemos decir que el eje central de este debate político y social es el reconocimiento de las “minorías”.

Uno de los encubrimientos que realiza la ultraderecha es llevar la discusión de las “políticas identitarias” solo al ámbito del reconocimiento de derechos de los grupos minorizados. Sin embargo, el Nacionalismo también es una “política identitaria” ya que plantea una serie de políticas de Estado involucradas en la identificación (biopoder) y en la promoción de una cierta identidad cultural. La diferencia entre el tipo de “identidad” que plantea tanto el nacionalismo como el multiculturalismo, es el marco y la amplitud de esa “identidad”. El nacionalismo casi siempre enmarcado en el Estado (Nación). Los grupos minorizados con grados por fuera y por abajo del Estado, aunque no necesariamente.

Sobre estas formas distintas de entender las políticas identitarias Enzo Traverso (2018) nos dice:

Las políticas identitarias de izquierda son de índole diferente. No postulan la exclusión, sino que reivindican el reconocimiento. El matrimonio igualitario es una demanda de reconocimiento de las parejas homosexuales y de ampliación de los derechos existentes, no de limitación o negación de derechos de los otros, en este caso, los heterosexuales. En Europa, las mujeres con velo islámico piden ser aceptadas, no quieren prohibir la minifalda. Black Lives Matter no es un movimiento “antiblaco”, es una protesta contra la opresión sufrida por una minoría, objeto de crecientes violencias policiales.” (pp 82 2018)

Siguiendo la misma línea, Taverzo, también nos señala como es que la extrema derecha está entendiendo la identidad:

El discurso identitario de la extrema derecha – heredera, en esto, de los fascismos clásicos y de los nacionalismos de finales del siglo XIX – es puramente negativo. (…) Las “identidades” que estos postulan son siempre reactivas: antirrepublicanas, antidreyfusista, antimoderna, antisocialista, antibolchevique, anti-intelectual y, sobre todo, antisemita. La historiadora Shulamit Volkov ha expuesto con claridad que el antisemitismo alemán era una suerte de ´codigo cultural´ que permitía a conciencias nacionales débiles definirse por demarcación.” (pp 80).

Como vemos un eje claro que diferencia los discursos identitarios de la extrema derecha y de las izquierdas es la relación con el “otro”. Mientras que el discurso de las izquierdas plantea reconocer y dignificar a un determinado sujeto, sin que eso significa imponer las formas de ese sujeto a toda la población, eliminando de esa forma la diversidad y las alteridades. La extrema derecha plantea una construcción identitaria que englobe a todos y que excluya a las alteridades de la sociedad. No solo no existe un reconocimiento al “otro” en la extrema derecha, si no que plantea una reacción hacía ese otro y extirparlo del cuerpo de la “Nación”. En este sentido, el discurso ultraderechista, guarda en sí un totalitarismo, así como una definición de nacionalidad que se define por oposición a otros. Ser alemán es ser no judío, ser francés es ser no musulmán, ser norteamericano es ser no latino, ser uruguayo es ser no indígena, ser chileno es ser no mapuche, ser brasileño o guatemalteco es ser cristiano y por lo tanto rechazando todo lo que no sea cristiano.

Traverzo también nos aclara sobre las razones por lo cual la ultraderecha tiene una particular saña con los discursos identitarios y las políticas de reconocimiento. Al respecto nos dice:

A fin de cuentas, lo que interesa a la derecha cuando habla de identidad es en realidad la identificación, es decir, las políticas de control social establecidas desde el siglo XIX en Europa: control de los flujos de poblaciones y migraciones internas, fichaje de extranjeros, los delincuentes, los subversivos. La invención de los documentos de identidad obedece más a esa inquietud de control que a un reconocimiento de la ciudadanía como conquista de derechos jurídicos-políticos. La identificación no es más que una faceta de lo que Foucault llamaba el advenimiento del poder biopolítico, con sus dispositivos de control y administración de los territorios y las poblaciones, de las naciones consideradas no como categorías jurídico-políticas, sino como cuerpos vivos.” ( pp 82)

Esta lógica de la “identificación” y de la administración de poblaciones la vivencie en persona en la forma en que el MIDES (Ministerio de Desarrollo Social) entendía las políticas multiculturales durante el último gobierno frenteamplista en Uruguay (2014-2019). Mientras que las políticas multiculturales dirigidas para la población afro-uruguaya, principalmente, y la indígena charrúa, en menor medida, se debían a la exigencia histórica de estos colectivos (y que habían costado muchísimos años de lucha). Las políticas multiculturales dirigidas para la población migrante se debían principalmente a una lógica de administración de poblaciones. Durante estos años, Uruguay recibió la llegada de miles de migrantes latinoamericanos (especialmente del Caribe), el Estado realmente no sabía qué hacer con dicha población y no tenía un plan de gobierno para dicha población. También debemos señalar que el gobierno progresista prefirió utilizar los discursos multiculturales como “biopolítica” para evitar utilizar los discursos xenófobos antinmigración que ya estaban adoptando muchos países de Europa, Norteamérica y de Chile. Esta lógica de la “biopolítica” de la “identificación” también se puede ver en los debates en torno a la “identidad charrúa” por parte de actores políticos en el Uruguay, así como también los debates sobre la “identidad trans”. Lo que preocupa es como administrar las poblaciones y no en cómo dignificarlas.

En este sentido podemos identificar dos tipos de movimientos identitarios. Aquellos que buscan el reconocimiento de sujetos e “identidades” históricamente excluidas y desposeídas (en términos económicos y simbólicos). Y por otro lado aquellos sectores que plantean macro “identidades”, desconociendo las diversidades internas, excluyendo y reaccionando contra los “otros” y que buscan un orden autoritario de la sociedad. Unes que plantean un movimiento de abajo hacia arriba. Otros que plantean un movimiento de arriba hacia abajo. En este sentido las “políticas identitarias” son una de las múltiples expresiones constitutivas de la “lucha de clases”.

Los Nacionalismos en disputa en el contexto Latinoamericano

Hemos identificado claramente que la extrema derecha contemporánea utiliza el discurso de la “Nación” para desarrollar su agenda reaccionaria. Y como las “elites” utilizan el discurso de las “mayorías nacionales” para encubrir sus agendas y sus intereses particulares. Estamos hablando de sujetos que se autoidentifican como “nacionalistas”.

Pero para evitar esencialismos y reduccionismos de procesos sociales y políticos bien complejos, es necesario caracterizar al nacionalismo y en especial desde la experiencia latinoamericana.

Si el nacionalismo es un movimiento socio-político-cultural que otorga de sentidos a la “Nación” y cuyo eje central es la “Nación”. Primero es sumamente importante que entendamos que es la “Nación”. Al respecto el antropólogo mexicano Gilberto López y Rivas nos dice: “La nación sería una comunidad humana estable, surgida históricamente como la forma de establecer la hegemonía burguesa, esto es, su predominio político, económico, social, ideológico y cultural sobre un territorio que reclama como el ámbito de su producción y mercado interior de mercancías y fuerza de trabajo, estableciendo, asimismo, una imposición lingüística y cultural sobre poblaciones generalmente heterogéneas en su composición étnico nacional”.

López y Rivas también nos advierte de tratar de evitar una definición reduccionista de la “Nación”, tratando de evitar reduccionismos clasistas o economicistas, etnicistas o culturalistas y/o escencialistas. De ahí que reconoce que, si bien hay una hegemonía burguesa, que la “Nación” beneficia a un “mercado” bien concreto y que busca una homogeneización cultural dentro de su territorio. Lo cierto es que esta es dinámica y en esta también se encuentran toda una gama de sujetos subalternizados y minorizados que también juegan en los significantes de la “Nación”. De ahí es que el autor reconoce que hay una “disputa por la nación”. En este sentido es que comparte otra definición de “Nación”. En este caso, el autor comparte la definición de Ana María Rivadeo:

La nación sería la forma de articulación, contradictoria y abierta, de los más diversos contenidos sociales. El concepto de nación no es por tanto una categoría inmediata. En gran medida, ello explicaría su reputación como algo inaprensible y por lo tanto posible de ser reducida al mercado por el economicismo, a ser la sombra del estado, por el politicismo o al imaginario de la sociedad, o también a los reduccionismos esencialistas étnicos o culturales transhistóricos. Cuerpo articulatorio orgánico y contradictorio entre sociedad civil, estado político y producciones culturales e ideológicas, la nación desafía, sin embargo, toda sustancialización y, al mismo tiempo, todo reduccionismo económico, político o cultural.”

Reafirmando esta forma de pensar a los sentidos de la “Nación” y al “nacionalismo” como un proceso dinámico y en disputa es que citamos a Bray y su caracterización del proceso del devenir del nacionalismo en Europa. “En ese momento, el recientemente inventado concepto de nacionalismo era en buena medida una prerrogativa exclusiva de la izquierda, que lo oponía a la soberanía hereditaria de las dinastías que tradicionalmente habían regido Europa” (Bray M pp 31 2017). Si bien el nacionalismo tenía un potencial emancipador en contraste con el realismo monárquico, ya que suponía que la soberanía recaía en el “Pueblo” y/o la “Nación” y no en el Monarca o Dios. Con la expansión de los movimientos obreristas, socialistas y anarquistas, a lo largo del siglo XIX, las elites preferirán apoyar a los movimientos nacionalistas que a los obreristas. De ahí que el nacionalismo se ira elitizando y mimetizando con los poderes del Estado.

Si bien el proceso de Europa es el proceso de las Naciones Estados, o sea primero surge el nacionalismo y la idea de la “Nación” y luego se conforma un Estado sobre la supuesta territorialidad de esa “Nación”, marcando estrictamente su territorialidad. En Abya Yala el camino es totalmente inverso, aquí son Estados Nacionales. Es que Abya Yala venia del proceso de la dominación colonial ultramarina (que es distinta que la nacional-monárquica) que organizaba a la sociedad en Castas, o sea un orden racial-clasista, en donde cada identidad racial tenía un rol predeterminado en la explotación de recursos para la Metrópolis Imperial. De ahí que cuando se dan las luchas de independencia y se conforman las Repúblicas Criollas, no existían nacionalidades que sustentaran subjetivamente a esas Repúblicas. Al no haber un sustento subjetivo de las nuevas Repúblicas, se generaron una serie de conflictos territoriales, políticos y étnico-raciales que hacían que la gobernabilidad del Estado y la explotación de recursos de forma capitalista sea imposible. O sea, primero surge el Estado y es este el que va a incentivar al nacionalismo. De ahí que el nacionalismo clásico, es un nacionalismo autoritario, verticalista, de arriba para abajo y muy vinculado a la dominación oligárquica como ya mencionamos.

La experiencia histórica y el contexto particular de América Latina (marcado por la dependencia colonial) muestra como hay una disputa por los conceptos y amplitudes de la “Nación”. Es así que los significantes nacionalistas no solo sirven para borrar las diversidades internas de los países e imponer una subjetividad legitimadora de la oligarquía. Si no que también posibilitan la emergencia de relatos antimperialistas y populares. Y es que como ya mencionamos, la dominación oligárquica está muy vinculada con la inserción económica y geopolítica de nuestros países en el sistema internacional de una forma absolutamente dependiente y sumisa. A esto se le agregan las intervenciones militares imperialistas de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos en los últimos dos siglos de vida “independiente” de las Repúblicas Latinoamericanas. El rechazo a las intervenciones imperialistas y al yanaconazgo o cipayismo de las elites latinoamericanas se entroncan con el relato nacionalista. De ahí que en el siglo XX surgen movimientos nacionalistas con un potencial disruptivo de los poderes instituidos, muy importante en la región.

Pero debemos reconocer que estos nacionalismos antimperialistas y que apelan a símbolos nacionales no convencionales y basados en sujetos minorizados solo son posibles en el contexto de países absolutamente dependientes en términos económicos y geopolíticos. La situación de Periferia y de Sur Global es la que posibilita estos curiosos fenómenos. Así como también el hecho de que el nacionalismo estatal clásico sea el principal reproductor de las formas dependientes y neocoloniales, en definitiva, de la colonialidad del poder (Quijano 2014). Es el contexto particular de la colonialidad del poder en Abya Yala es el que genera un fenómeno nacionalista muy particular y muy diferente del europeo o el norteamericano.

Sobre estas dos formas del nacionalismo latinoamericano López y Rivas nos dice:

A partir de estos considerandos, podemos establecer una diferencia específica entre el nacionalismo estatista y el nacionalismo popular, enraizados ambos en la historia misma de las naciones, incluso de las naciones europeas ‘clásicas’. Nos referimos a dos procesos contradictorios y confrontados entre sí. Uno es el papel que la burguesía juega como fuerza hegemónica que introduce la idea de nación, que establece las naciones contemporáneas a partir de su hegemonía política y militar, esto es, estatal, sobre territorios determinados. Son naciones que surgen de fuerzas burguesas en busca de mercados internos permanentes; de la necesidad de fronteras que delimiten un territorio en el que se uniforme jurídicamente la explotación del trabajo por el capital, a través de códigos legales, lingüísticos y culturales. También desde el propio surgimiento de las sociedades nacionales tenemos la presencia de otro sujeto sociopolítico, conformado por las clases explotadas y marginadas, las clases desposeídas, obreros, campesinos, sectores de la intelectualidad, las entidades socio étnicas subordinadas. Este conjunto de clases y grupos sociales, que forman el pueblo, va integrándose a los procesos de conformación de la nación en una permanente lucha por sobrevivir y desarrollarse.”

Es muy importante distinguir el nacionalismo que viene desde las elites y el que viene de la lucha de los sujetos oprimidos y excluidos. Mientras que el “nacionalismo estatista” es un movimiento que viene de arriba para abajo, el “nacionalismo popular” es un movimiento que viene de abajo para arriba. La forma del movimiento en que se expresan estos sentidos, es lo que marca diferencias abismales y el carácter de “lucha de clases” del mismo.

Sin embargo, a nuestro criterio, tanto el “nacionalismo estatista” como el “nacionalismo popular” se basan en la idea de un Estado y una nacionalidad. De ahí que ambos son estatistas. Lo que los diferencia es los significantes y los actores que participan de esa “nacionalidad”. Ambos modelos se basan en el modelo del Estado Nacional, por lo tanto, son soberanistas estatales. Por lo tanto, no hay un reconocimiento pleno y profundo de las formas de soberanía no estatales. Es así que nosotros planteamos como modelo de categorización el de “nacionalismo revolucionario” y el de “nacionalismo conservador”.

Por un lado, el caso de los “nacionalismos revolucionarios” que buscan redefinir la relación del Estado con los grandes centros económicos internacionales, en clave de mayor independencia. Al mismo tiempo generan una ampliación de la ciudadanía, incorporan a la “Nación” a sujetos históricamente excluidos de esta (obreros, campesinos, precariado, indígenas, mujeres, afro-descendientes). Ejemplos de fenómenos socio-políticos de “nacionalismos revolucionarios” son Lázaro Cárdenas en México (1934-1945), Juan Domingo Perón en Argentina (1943-1955 y 1973-1974), Jorge Eliécer Gaitán en Colombia (1940-1948), Jacobo Árbenz en Guatemala (1944-1954), Juan Velasco Alvarado en el Perú (1968-1975), Omar Torrijos en Panamá (1968-1981) y Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013) entre los casos más notables y representativos.

Por otro lado, están los “nacionalismos conservadores” que buscan mantener el estatus quo de las elites y el poder de estas sobre el Estado, incluso manteniendo los niveles de dependencia con los grandes centros económicos internacionales. Su concepción de la ciudadanía es muy limitada, excluyendo a amplios sectores de la “Nación”. Se identifican mucho con el liberalismo conservador (liberalismo en lo económico, conservador en lo político-moral). Ejemplos de fenómenos socio-políticos de “nacionalismo conservador” son casi todos los regímenes dictatoriales de Latinoamérica. Destacando particularmente como ejemplo los gobiernos de Fructuoso Rivera (1830-1834 y 1838-1843), el periodo del Militarismo (también denominado como Modernización, 1876-1890) y la Dictadura de Terra y la República Conservadora (1931-1942) en el Uruguay. El periodo de los gobiernos del Partido Autonomista Nacional con Julio Argentino Roca a la cabeza (1874-1916), la Dictadura de Uriburu y la “Década Infame” en Argentina (1930-1943). Las “Dictaduras de la Depresión” en Centroamérica y el gobierno del General Hernández Martínez en El Salvador (1931-1944). O la Dictadura de Porfirio Díaz en México (1884-1911) entre muchos otros regímenes a lo largo y ancho de nuestro continente. Incluso podríamos decir que muchos de los actuales gobiernos derechistas contemporáneos en América Latina son formas de “nacionalismos conservadores” en el contexto de la Globalización Neoliberal. Es el mismo formato solo que con las dinámicas económicas, sociales, tecnológicas y políticas contemporáneas.

Trotsky, quien se tuvo que exiliar en México debido a la persecución del estalinismo, realizo importantes reflexiones sobre estas dinámicas políticas y económicas de nuestro continente. Cabe destacar que el exilio mexicano del líder bolchevique se debió a la política de refugiados que tuvo el gobierno de Lázaro Cárdenas, donde no solo se destaca el refugio a los perseguidos por el estalinismo sino también a los perseguidos por el franquismo y el nazi-fascismo. Si bien sus reflexiones son específicamente sobre México y sobre el gobierno de Cárdenas, muchas de sus reflexiones se pueden proyectar al resto del continente. Al respecto Trotsky nos dice:

En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política (del gobierno mexicano, N. del T.) se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las compañías petroleras.” (Dal Maso J pp 177)

Si utilizamos en este marco de análisis de los nacionalismos latinoamericanos nuestra distinción entre políticas identitarias emancipadoras y reaccionarias. Podemos claramente clasificar a los nacionalismos revolucionarios como dentro de las políticas identitarias emancipadoras, así como clasificar a los nacionalismos conservadores dentro de las políticas identitarias reaccionarias. Esto es claramente confirmado con la forma trágica en que terminaron la mayoría de los nacionalismos revolucionarios, con Golpes de Estado, masacres y el asesinato de sus principales figuras. De ahí que, en muchos casos, no sepamos que posibles devenires pudieron haber tenido. Y saber a ciencia cierta sus potencialidades y sus limitantes. La reacción violenta tanto de los nacionalismos conservadores y las geopolíticas imperiales hacía estos demuestran sus potencialidades disruptivas.

Como bien menciona Trostky con el término “bonapartismo sui generis” para el caso de Cárdenas, el carácter Caudillista de ambos modelos es claro. Y como buen Caudillismo, tienen grados de autoritarismo, en el caso del conservador de forma abierta y clara, en el caso del revolucionario más matizado y aletargado. Se debe mencionar que, como buenos Caudillismos, están basados en la idea de “un Padre de la Nación”, o sea un Patriarcado. De ahí que las formas Caudillistas suponen limitantes para los procesos feministas y emancipatorios de las mujeres y diversidades sexo-genero. Las bases comunes de Caudillismo y de soberanismo estatal (forma del Estado-Nación) que tienen ambos modelos suponen unas contradicciones, que es necesario abordar.

La Interculturalidad como superación de los Nacionalismos

Para ir finalizando el presente artículo, propondremos un posible camino de superación de las contradicciones de los nacionalismos latinoamericanos. Un camino emancipatorio desde identidades y sujetos diversos, que genere acuerdos tanto para enfrentar las formas más autoritarias y reaccionarias, así como las formas más mercantiles. Frente a la agudización de los antagonismos sociales y la “lucha de clases” producto de la emergencia de los postfascismos, la crisis económica del capitalismo global por la Pandemia, la crisis climática y ambiental y su impacto en los territorios indígenas y campesinos y las rebeliones populares contra los ajustes neoliberales, es necesario pensar en un dialogo intercultural para buscar un horizonte emancipatorio.

El nacionalismo revolucionario ciertamente puede ayudar a enfrentar las dependencias coloniales a la Globalización Neoliberal, la crisis del capitalismo, así como las formas sociales y políticas más autoritarias y reaccionarias. Sin embargo, también guarda en sí muchas contradicciones y problemáticas, que en el contexto contemporáneo de las redes sociales y el postfascismo, se agudizan. De ahí que hacemos hincapié en otros caminos de liberación, sin desconocer el potencial de ese camino.

Tanto el “nacionalismo revolucionario” como el “nacionalismo conservador” al basarse en la idea de una única nacionalidad dentro del Estado (más allá que los atributos de esa nacionalidad sean muy distintos), se siguen manteniendo grados de minorización con determinados sectores. Al no reconocer la plenitud de las soberanías indígenas y populares. Al sacralizar la soberanía estatal-nacional, no se permite el pleno potencial de la libre determinación de los pueblos indígenas, así como de formas de soberanía no estatal y poderes populares bien horizontales y desde abajo. De ahí es que es sumamente necesario construir Estados Plurinacionales, reconociendo las soberanías indígenas y populares, así como jerarquizando la diversidad interna. Es necesario superar la formación del Estado Nación.

Relacionado con la construcción de los Estados Plurinacionales es necesario construir una Ciudadanía Intercultural como superadora de los nacionalismos, constructora de nuevas relaciones sociales y con horizontes comunes que generen grados de redistribución simbólica, política y económica. El reconocimiento de que somos sujetos diversos y plurales es sumamente importante para construir la interculturalidad y no reproducir los reaccionarismos hacía las otredades. Así como el apoyo a las distintas luchas de sujetos cultural, religiosa y sexualmente diversos que luchan contra los poderes instituidos.

El problema de los nacionalismos y su formación Caudillista ayudan a dar tráfico de sentidos e ideas, así como confusiones muy peligrosas. La sacralización del “líder” y de la “Nación” permite, a través del ejercicio bien hecho de la guerra de posiciones por la hegemonía, que sujetos emancipatorios se vuelvan reaccionarios. El mayor ejemplo de esto es el peronismo, fuerzas revolucionarias como montoneros en los 70 así como colectivos indígenas, afro-descendientes, feministas y LGBT+ se identifican con el peronismo. Pero al mismo tiempo, los grupos claramente fascistas de los 70, el catolicismo integrista más reaccionario antifeminista y homolesbotransfobico y colectivos tradicionalistas patagónicos absolutamente racistas anti-indígenas también se identifican con el peronismo. Incluso también lo podemos ver con los devenires de la “revolución bolivariana” post-Chávez, claramente hay una facción militarista que para nada es emancipatoria y que genera una tensión con las fuerzas del poder comunal. Esto también lo podemos ver con los “nacionalistas” peruanos, que se identifican como herederos de Velasco Alvarado, con un discurso indigenista y anti-neoliberal muy potente pero también avalando al catolicismo integrista y poniéndole frenos al movimiento feminista y de la diversidad sexo-genero. Y en el caso del Uruguay, vemos como el General Manini Ríos fundador del partido de extrema derecha Cabildo Abierto, pudo llevarse votos al MPP (Movimiento de Participación Popular), el sector político de Mujica, así como el PERI (Partido Ecologista Radical Intransigente) genero unos tráficos de significantes bien confusos con la izquierda radical extra frenteamplista. Un fenómeno socio-político que genera estos tráficos de sentidos, que genera que fascistas y grupos minorizados se identifiquen con los mismos símbolos, más que ayudar a la emancipación, se vuelve un obstáculo para esta. De ahí que proponemos la construcción de otros caminos de liberación.

Estamos en un momento en donde no hay recetas revolucionarias pre hechas. Y eso exige que entre todes, desde los distintos territorios, construyamos esos caminos y esas experiencias. En ese sentido proponemos al dialogo intercultural (real y no solo discursivo) como articulación de sujetos diversos para construir un horizonte común. La construcción del Común entre Todes y con participación de Todes, caminando hacía formas no Caudillistas. En un dialogo horizontal entre sujetos y colectivos diversos.

Las claves de este diálogo intercultural emancipador es que cada une, desde nuestros respectivos colectivos y territorios nos hagamos una serie de preguntas. Aquí esbozare algunas relacionadas con las temáticas que hemos abordado en el presente trabajo. ¿Cómo se dan estás disputas de sentidos en nuestros territorios? ¿Quiénes son los sujetos minorizados? ¿Cuáles son las elites o sectores dominantes? ¿Qué tipos de nacionalismos ha habido en nuestros países? ¿Cuáles son los discursos identitarios emancipadores y cuales los reaccionarios en nuestros países? ¿Cómo sería un dialogo intercultural por un horizonte común?

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2 Ver: https://www.youtube.com/watch?v=DfG54F1WY30 Consultado el 24/8/2020

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